
En la Toscana de Italia hay un pueblo centenario muy visitado por turistas, puedes recorrer sus retorcidos callejones empedrados sin banquetas, visitar el templo restaurado, tomarte un helado en la plaza irregular, perderte entre sus oscuros pasadizos. Se llama San Gimignano, es un museo en si mismo que los italianos decidieron conservar para mostrar al visitante la arquitectura medieval y aproximarlo a la vida cotidiana de aquella época distante. Una hermosa postal de los viejos tiempos en ese precioso rincón del mundo.
En San Gimignano pensé mientras transitaba por las angostas calles de la Habana, es un museo interactivo de la Revolución hecha gobierno, testimonio vivo de la demagogia populista llevada hasta el paroxismo. Recorrerlo es mirar el rostro más grotesco de una tiranía “madura”, sesenta y seis años de mentiras, depredación y muerte. Toneladas de basura en cada esquina, olor a mendigo, edificios y casonas antes señoriales hoy en ruinas, cayéndose a pedazos, hoteles sin huéspedes y restaurantes sin comensales, hasta el Museo de la Revolución está cerrado. En la vieja Habana no hay corredores turísticos, se redujeron a pequeños lunares.
Pero eso ya lo sabemos, la decadencia extrema lleva décadas, podemos verla en cientos de videos, reportajes, noticias. Quise visitarla para ser testigo de la crisis agravada y la encontré fatal, ningún video o documental muestra la espantosa realidad a su exacta dimensión. Pasear por sus calles es caminar entre hombres y mujeres desesperados que te acosan pidiendo limosna, ofreciendo servicios, queriendo ser tu guía, tirando de ti hasta el restaurante donde reciben comisión en especie o esperan que invites la comida. En Egipto te acosan vendiendo baratijas, en la Habana pidiendo caridad.
“Gracias a Dios tienes trabajo”, dije al taxista que nos trasladó del aeropuerto al hotel. “Gracias a Dios que tengo a dos de mis tres hijos en Estados Unidos, y quiero sacar al tercero. Eso es gracias a Dios”, corrigió como diciendo acá es imposible. El salario no les sirve de nada, ganan en promedio diez dólares mensuales, menos de cuatro mil pesos cubanos, en una economía donde un kilo de carne cuesta doce, un mes de salario. Muy pocos pueden darse el gusto. En las tiendas desabastecidas predominan enormes latas de lentejas y las pocas con carne y embutidos están solas, son propaganda del régimen contra el desabasto. Comprar ahí al cubano común le es imposible.
El transporte es un problema cotidiano: gasolina raciona con preferencia a vehículos de gobierno y taxis oficiales, la “guagua” no pasa por que faltan gomas (llantas) y batería, se mueven como pueden en vehículos clandestinos, Japón les regaló camiones recolectores de basura pero no los usan por falta de diesel. Gas doméstico cuando tienen suerte de conseguir “una balita”, tanques de 30 litros, de modo que muchos cocinan a fuego de leña. La electricidad un lujo, en la Habana cortan la corriente cuatro horas diarias, mínimo, en las provincias veinte, por eso acuñaron el modismo “alumbrón”, oponiéndolo al de “apagón”. En los cajeros automáticos filas de cuarenta, cincuenta personas esperan recibir las remesas de Miami, los cambistas clandestinos ofrecen 360 pesos cubanos por un dólar, cuando el cambio oficial es 120.
Es una tristeza escuchar a los cubanos hablar en pasado: aquí era una universidad, pero cerró hace años; este era un parque de pelota pero ya nadie juega; aquí estaba muy bonito, era una deportiva; ese edificio era una fábrica que cerró. El país se cae a pedazos obligándolos a vivir entre ruinas, es difícil imaginar que en edificios cayéndose habiten familias completas y sin embargo ahí están, sus ropas tendidas al sol no mienten.
Ah, pero no todo es miseria, en la Habana moderna, Miramar, circulan autos nuevos, las calles están limpias, semaforizadas. Es la zona de las embajadas, donde también viven los generales de la Revolución, miembros de la alta burocracia entre ellos el “puesto a dedo”, como apodan a Díaz Canel, y empresarios cómplices del gobierno. “Ellos no tienen que ir a la tienda, todos los días llegan provisiones en un carrito hasta su casa”, comentó el chofer de un auto clásico mientras nos paseaba. Obviamente ahí tampoco se va la luz, hay prioridades.
Ese pueblo rumbero y alegre ya no ríe, no llora, no canta, se ha rendido al destino de sometimiento y subsistencia. No los culpo, quienes salieron a protestar hace tres años están en prisión, con cinco o diez años según su grado de participación y liderazgo. “Tu saliste a las calles el once de junio”, pregunté a un conductor de triciclo mientras nos daba un paseo. “No, estoy en contra de todo esto -respondió con el ademán de su brazo señalando al rededor- pero si me detienen es mi familia es la que debe alimentarme en prisión. No quiero ser una carga”.
En una esquina observé a un perro agónico que me pareció Xoloitxcluintle, sin pelo y con una pequeña crin oxigenada cruzando desde la nariz hasta el final del cuello. Pasaban sobre el Xolo seguía dormitando, indiferente al sol y al malmodeo, sólo existiendo como millones de cubanos. Después, créalo, en una Plaza encontré otro perro, me causó curiosidad verlo identificado con una credencial oficial amarrada al cuello: “Me llamo Canelo soy mascota guía de la Plaza de Armas. Teléfono 7864 3639. No me maltrates”. Son los perros del partido comunista, los perros de Fidel. ¡El clasismo revolucionario hasta en los perros¡; Xolo subsiste, Canelo está bien alimentado… por los turistas.
La Cuba de hoy, más miserable que nunca, es un genocidio en progreso, el triunfo absoluto de todas las vilezas sobre la esperanza personal y colectiva. La tiranía ha sido tan ferozmente represiva que arrancó el alma de los cubanos: no se inconforman, aceptan; no están enojados, se han resignado; no viven, existen. Deambulan con el cerebro adormecido por años de promesas rotas y mentiras mil veces repetidas, su prioridad es la próxima comida. ¿Cómo puede un gobierno ser tan inhumano con su propia gente y tan cínico que mientras los parasita proclaman libertad, patriotismo, victoria o muerte?.
Viendo la desgracia del pueblo cubano y la infamia del gobierno, imaginé al último general de la Revolución gobernando sobre desarrapados que mueren a sus pies hasta formar una pila de osamentas, el exterminio total, y él, leal revolucionario, sigue pronunciando eternos discursos sin darse cuenta que ha quedado sólo. Entonces empuña el último fusil operable, lo abastece con el último cartucho y, antes de dispararse, grita: “Aquí no se rinde nadie, viva Fidel, viva Raúl, viva Cuba libre, viva el pueblo patriota”. Para completar sus vivas, yo agregaría otra, el de su reputa madre, con el perdón de las putas. Cuanta inhumanidad en esa miserable pandilla de represores demagogos. Mientras la isla siga esclavizada jamás volveré, siente uno hasta remordimiento por la comida que consumes.