*El reciclaje disfrazado de novedad *Consultorios móviles: el silencio que abre paso *El poder detrás del aplauso

*El reciclaje disfrazado de novedad *Consultorios móviles: el silencio que abre paso *El poder detrás del aplauso

Por momentos, la política chihuahuense parece atrapada en un eterno retorno. Programas que alguna vez fueron emblema de gobiernos anteriores hoy se presentan como si fueran ideas nuevas, como si la memoria colectiva no existiera. Ese parece ser el caso de los consultorios móviles promovidos por Andrea Chávez, cuya propuesta guarda una sospechosa similitud con el programa “Chihuahua Contigo” implementado en tiempos de Patricio Martínez.

En aquel entonces, Martínez echó a andar camiones Chevrolet Kodiak adaptados como consultorios médicos que no sólo ofrecían servicios básicos de salud, sino también detección oportuna de cáncer y farmacias móviles. La idea fue retomada y fortalecida en el sexenio de Reyes Baeza, pero sería bajo la operación de Ricardo Santana cuando el programa alcanzaría su verdadero alcance bajo el nombre de “Encuentro con Nuestra Gente”.

Santana no se quedó en lo básico. A los servicios médicos sumó vacunación infantil, atención veterinaria, e incluso unidades móviles de registro civil, llevando el Estado hasta donde no llegaba. El impacto fue tal que, en plena crisis por la inundación en Tabasco, fue ese modelo chihuahuense el que se solicitó como apoyo humanitario. Chihuahua aportó, con hechos, no discursos.

Por eso, cuando hoy se presentan consultorios como si fueran innovación, la comparación es inevitable. ¿Qué cambió realmente, además del logo? La memoria es incómoda, y más aún cuando revela que las soluciones de ayer siguen vigentes, pero sin sus operadores más experimentados. A Ricardo Santana, quien construyó y ejecutó este modelo, ni el estado ni el municipio lo han convocado. No lo hizo Marco Bonilla, mucho menos lo hará el entorno estatal, donde –según se dice– fue el propio Alejandro Domínguez quien bloqueó cualquier posibilidad de regreso.

Ahí está el verdadero debate: no en quién presenta los programas, sino en quién tiene la capacidad de hacerlos funcionar, de operarlos en campo, lejos del reflector. Porque los consultorios no curan por decreto, ni por discurso. Se necesita más que intención: se necesita experiencia, capacidad operativa y voluntad política para hacer que el Estado llegue, de verdad, a donde más se le necesita. El resto es propaganda con memoria corta. Por eso Andrea les anda ganando el mandado…

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El debate no es Andrea Chávez. El debate es quién dejó el espacio vacío para que una senadora –desde otra trinchera– esté hoy llenando un hueco que corresponde al Gobierno del Estado.

La atención médica móvil en Chihuahua no es novedad. Durante el gobierno de Patricio Martínez, las unidades de salud recorrieron el estado bajo una lógica de cercanía con las comunidades más apartadas. Lo hicieron desde la estructura de la entonces Secretaría de Desarrollo Social. El modelo funcionó porque se entendía que la salud es también un tema de desarrollo: atender a la población vulnerable no es sólo aplicar vacunas, es llevar el Estado al territorio.

Esa estructura, que en su momento se consolidó, ha sido abandonada. Hoy, la Secretaría de Desarrollo Humano y Bien Común, encabezada por Rafael Loera –quien más que secretario parece precandidato en campaña al municipio de Chihuahua permanente–, ha optado por la pasarela mediática en lugar del trabajo operativo. Mientras su nombre aparece en espectaculares, revistas y entrevistas complacientes, las unidades móviles estatales permanecen en silencio, sin atender colonias, sin recorrer comunidades rurales, sin dar respuesta.

Ahí es donde entra Chávez. No por estrategia política, sino por vacío institucional. Lo que ella está haciendo no debería ser competencia de una senadora oportunista, sino estatal. Y no lo es por falta de presupuesto, sino por desinterés y omisión de quienes deberían estar ejecutando estas acciones.

La verdadera pregunta no es si Andrea gana puntos. La pregunta es: ¿Dónde están los consultorios móviles del Gobierno del Estado? ¿Dónde quedó esa política pública que una vez fue reconocida hasta a nivel nacional? Porque mientras no aparezcan, alguien más ocupará ese espacio. Y no será por culpa del adversario, sino por negligencia del propio aparato estatal, encabezado por figuras más interesadas en aparecer que en servir. El Estado no pierde porque alguien más actúe. Pierde porque decide no hacerlo.

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Lo que ocurrió con la reforma al ISSSTE no es un hecho menor. No sólo por lo que implica en términos de política pública o por la presión que ejercieron los maestros de La CNTE. Es, sobre todo, un mensaje de poder. Un recordatorio de que, en México, las calles aún pueden más que el Congreso. Y también, un recordatorio de a quién pertenece la lealtad de La CNTE, pues todos saben que es un activo político de AMLO.

La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) no es una organización cualquiera. Su historia la coloca como un actor clave en las movilizaciones sociales, pero también como una fuerza política en sí misma, una que ha sabido negociar, resistir e incluso doblegar al poder federal cuando las condiciones lo permiten. Hoy, esa misma fuerza ha logrado lo que parecía imposible: frenar una reforma constitucional con el puro músculo de la calle.

Lo que no se dice con claridad, pero flota en el ambiente político, es que esta victoria de La CNTE no es sólo contra una reforma. Es, en el fondo, un mensaje dirigido a la nueva Presidenta de México. Un recordatorio de que el respaldo que tuvo su antecesor –quien colocó a La CNTE como un actor privilegiado– no se hereda por decreto, y que quienes ayudaron a construir ese poder también pueden minarlo, si lo consideran necesario.

La pregunta que flota, incómoda, en el aire es: ¿quién manda realmente en Palacio Nacional? Porque detrás de esta presión no sólo está la inconformidad de los trabajadores, está la maquinaria de una organización que muchos aún identifican como parte del andamiaje político del propio presidente López Obrador. ¿Fue esto un ensayo general de presión? ¿Una muestra de fuerza? ¿O acaso una advertencia temprana de que la revocación de mandato no es sólo una figura legal, sino un instrumento político latente, que podría activarse si se desvían los designios del verdadero poder tras el trono?

En política, los símbolos importan. Que una reforma se detenga así, en seco, no es sólo una victoria gremial. Es un recordatorio: en este país, hay batallas que no se pelean en el Congreso, sino en las calles, y hay poderes que no se eligen en las urnas, sino en la fidelidad a un proyecto que no termina con el cambio de administración.

El poder no se transfiere. Se conquista. Y la lucha por ese poder ya dejó ver quién es el que manda.